"En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts´ui Pen, opta -simultáneamente- por todas..."

viernes, 31 de diciembre de 2010

De comienzos y de finales: un fin de año borgeano

No creo demasiado en los comienzos y los finales, sobre todo los establecidos por el calendario. Tiempo convención. Tiempo lineal. Tiempo límite. Será que nunca me gustó mucho la línea recta, esa mentira de puntos continuos que nos lleva a un infinito que no quiere ser. Mucho menos me gusta el fragmento, esa recta recortada, encarcelada por puntos en algún segmento de tiza amarilla sobre un viejo pizarrón: A-B: dos puntos en la recta: principio y final…
Pero la recta no acepta principios ni finales (y sin embargo, sí) No hay forma de retener a la recta porque ella pisotea soberbia los puntos de tiza y atraviesa el límite del pizarrón y la pared y el edificio y las calles y los mares y el mundo y se burla del punto para seguir flotando en la esfera de la infinitud que (no nos engañemos) tampoco es.
Recta escurridiza que si no escapa hacia afuera, lo hará inevitablemente hacia adentro, precioso Zenón: Para ir de A hacia B, hay que pasar por C, exactamente la mitad del camino. Pero para ir de A a C, también habrá que pasar por D, exactamente la mitad del camino entre A y C. Y después por E y por F y por… ¿Será que permanecemos siempre en el mismo sitio? ¿Será que para llegar a diciembre hay que pasar por julio y para llegar a julio hay que pasar por abril y para llegar a abril hay que pasar por febrero y para llegar a febrero hay que pasar por la mitad de enero y…? ¿Será que nunca llegaremos al 31 de diciembre en este recorrido infinito para adentro del querido Zenón?
“And yet… And yet”, diría el viejo en “Nueva refutación del tiempo”, la verdad es que estamos aquí. O no. Tal vez tomamos la píldora equivocada y seguimos en la Mátrix…
Tiempo. Paradoja. Contradicción. Cruce. Cinta de Moebius.
Lo cierto es que cuando me imagino el tiempo prefiero la red a la línea, como me enseñó el viejo. Por literaria, por vulnerable, porque me obliga a cruzar. Y porque en esos cruces es donde casi siempre encuentro la vida. Los cruces no son comienzos ni finales y por eso son los que dejan huella, los que obligan a optar por un camino o por otro como en el viejo jardín donde Albert espera por mí. O no. Depende de qué bifurcación me lleve hasta allí.
Aunque prefiero la red a la línea, el laberinto al tiempo o el cruce al horizonte, esta noche esperaré una vez más el principio del fin y el comienzo de lo nuevo y brindaré con los que quiero y comeré pasas de uva y nueces y turrones. Y tomaré champagne y vino tinto y me embriagaré con los fuegos artificiales (y con champagne y vino tinto, claro) para festejar una vez más, el inicio.
Y sin embargo, y sin embargo...
No creo demasiado en los comienzos y los finales, sobre todo los establecidos por el calendario. Tiempo convención. Tiempo lineal. Tiempo límite.
Que la pasen muy bien esta noche. ¡Feliz año nuevo para todos!
Hasta la próxima.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Orden y disciplina

En estos últimos tiempos hemos asistido a situaciones públicas que bien podrían haber formado parte del mejor de los programas de Diego Capusotto o de alguno de los mejores monólogos que Tato solía terminar de manera genial con su “¡Vermouth con papas fritas y good show!”. Hemos visto desfilar por la pantalla de televisión a Micky Vainilla (ahora sin bigotes) diciendo que los inmigrantes latinoamericanos son narcotraficantes y criminales y hemos tenido algo muy parecido al profesor Strasnoy (¡Hablá bien, pelotudo!) dando cátedra sobre el significado de las palabras en la Escuela Kennedy y el David Rockefeller Center de Boston en los Estados Unidos. En esta oportunidad, la parodia barata del conocido profesor capusotteano no necesitó sus conocidos métodos persuasivos porque las blancas palomitas estadounidenses acordaron en todo con sus dichos: “En la Argentina es imprescindible poner orden porque se puede desmadrar la situación” y agregó: “hay una falsa concepción que dice que el orden es de derecha. En la Argentina hay una necesidad de poner orden. Respetar la norma en todo sentido."
La pregunta que deberíamos hacernos no es si la concepción del orden como perteneciente al campo del discurso de derecha es o no falsa, sino que la pregunta debería girar en torno a quién pone "la norma" que debe ser respetada para que la armonía reine definitivamente sobre el caos, como quiere este ex presidente no electo devenido en profesor.
Por otro lado, habría que preguntarse además acerca de la incidencia de la palabra sobre las cosas y viceversa. Las palabras "caos" y "crispación", por ejemplo, han tenido un protagonismo tal en los noticieros de televisión a lo largo de este año que, en algunos casos, hemos tenido que preguntarnos cuándo las cosas generan las palabras y cuándo son las palabras las que generan las cosas. La palabra "caos", recordemos, se ha utilizado a lo largo de este año tanto para describir el festejo del Bicentenario como para describir un embotellamiento por un conflicto social.
Por todo esto, como tantas otras veces en este espacio, me gustaría reflexionar acerca de las palabras y de su relación con las cosas. En esta ocasión, por ejemplo, el significado de la palabra “orden” y su relación con la supuesta (o no) vinculación con un discurso de derecha.
Tal vez nos sirva para comenzar a pensar, establecer un paralelismo con una de las áreas que mejor conozco que es la educación. En educación, por ejemplo, el concepto de “orden” ha imperado desde tiempos inmemoriales en cualquier aula que se precie de tal. “Orden y disciplina”, rezaba un viejo maestro desde la clase de al lado de la mía en la primaria del colegio en el que estudié mientras volaban tizas, insultos y papelitos por los sagrados aires de la sacrosanta clase de quinto grado. Durante mucho tiempo, en Educación, imperó la idea de un supuesto orden relacionado con la ausencia de conflictos. Negar el conflicto fue, entonces, la manera de negar las diferencias y de imponer la figura autoritaria del docente como norma y valor absoluto e indiscutible dentro del ámbito escolar.
Con el tiempo, algunos docentes nos fuimos dando cuenta de que invisibilizar el conflicto no hace que desaparezca. En todo caso, lo único que muestra es la inoperancia que tenemos los adultos para lidiar con él y con sus consecuencias. Así, muchos entendimos que, lejos de borrar el conflicto, había que ponerlo en evidencia y, en todo caso, convertirlo en herramienta pedagógica para aprender siempre algo nuevo de él. Supimos, entonces, que el “orden” no es algo que se impone desde el poder sino algo que se conversa y se gestiona en equipo para prevenir actos de violencia de los cuales podríamos arrepentirnos después. Me pregunto qué opinaría ese papá de clase media que pide a gritos represión en las tomas de los predios públicos, si los docentes para “poner orden” comenzaran a repartir 1 (unos) entre los alumnos porque interrumpen la ordenada y sapiente voz del profesor y más tarde, ante la protesta de los mismos por tamaña injusticia, el docente y todos los directivos empezaran a repartir sopapos o a mandar a todos a examen con la excusa de “mantener el orden y la disciplina escolar”.
Me pregunto, además, qué ocurriría con un docente que constantemente está pidiendo a la dirección del colegio que intervenga en su clase porque no puede manejar el grupo. ¿No es muy similar al caso (mucho más grave esta vez por el grado de responsabilidad que implica) de un jefe de gobierno que constantemente está pidiendo a la Nación que lo ayude porque no puede mediar en los conflictos que se desencadenan en su juridicción? ¿Qué pasaría si el docente no se anima a "castigar" con sus propios instrumentos el desorden que sus alumnos han provocado en su propia clase, pero le exige a los directivos que con todo el rigor del sistema disciplinario repongan el orden aplicando masiva e indiscriminadamente amonestaciones a todo el curso? ¿No es muy similar al caso de un jefe de gobierno que no se anima a dar la orden a su policía (creada, además, por él para colaborar con la tan mentada "seguridad") y exige a la Nación que envíe a la suya para que le salve las papas en un conflicto que él mismo no supo prevenir, ni siquiera prever, o lo que es mucho peor, que él mismo provocó con su inoperancia y su irresponsabilidad?
Por eso, el orden debería pensarse desde la prevención, desde el accionar destinado no a evitar el conflicto, que es inevitable en cualquier sociedad libre y plural, sino como una actividad pensada para prevenir la violencia que es el verdadero flagelo que, por otra parte, han instalado los mismos que hoy hablan de la "necesidad" de un supuesto y sagrado "orden social".
Es entonces cuando nos preguntamos desde dónde hablan los que hablan de orden y por qué, en general, tendemos a asociar el concepto de “orden” a la derecha más repulsiva y tradicional. No porque el orden sea en sí mismo algo malo, al contrario, el orden es absolutamente necesario para la convivencia social. El tema es quién pone las normas y quiénes están dispuestos a respetarlas y a hacerlas respetar. Si el orden es la consecuencia de un Estado represivo, de las balas impuestas por un organismo policial, entonces la palabra “orden” estará ligada a la derecha, es decir, a quienes creen que la verdad está en quienes tienen el poder de la fuerza. En cambio, si hablamos de “orden” como una consecuencia de la prevención para evitar la violencia negociando el conflicto y buscando las normas de manera consensuada y racional, entonces el “orden” será una medida ligada a una visión progresista que acepta las diferencias y hace de esas diferencias una herramienta de aprendizaje que enriquece nuestra cultura en lugar de “ensuciarla”.
En este sentido no es para nada casual que en el discurso de un hombre que suele provocar "caos" en los fines de año cuando el poder se le escapa de las manos, que tiene en su haber varias muertes por represión en conflictos sociales y en cuyo acto de lanzamiento a su precandidatura presidencial estuvo presente nada más ni nada menos que la apóloga de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura militar, la impresentable Cecilia Pando, la palabra "orden" se repita tres veces en menos de tres renglones. Por discursos como éste que vienen de quien vienen, tendemos a asociar el concepto de "orden" con la derecha. Pero no necesariamente debería ser así, por eso, la necesidad de pensar y repensar el lenguaje una y otra vez, para que no nos atraviese como si fuéramos el mero papel higiénico o la carilina de los culos y narices de quienes pretenden detentar el poder a cualquier precio, precio que incluye el de la violencia y de la muerte que, ¡Oh, casualidad!, siempre termina en muerte de gente pobre e indefensa en lucha por sus derechos.
En fin, es bueno estar advertidos acerca del modo en que ciertas personas usan las palabras pero sobre todo es bueno reflexionar acerca del modo en que nosotros las usamos porque no siempre las palabras significan lo que uno quiere que signifiquen o significan para el otro lo que uno cree que para el otro significan.
En este sentido, quiero despedirme esta vez con uno de los diálogos más maravillosos que se han escrito en relación con el problema del significado de las palabras y su relación con las cosas en la literatura universal:

“—Cuando yo uso una palabra —dijo (Humpty Dumpty) en un tono bastante desdeñoso— significa lo que yo decido que signifique, ni más ni menos.
—La cuestión es —dijo Alicia— si usted puede hacer que las palabras signifiquen cosas tan diferentes
—La cuestión es —dijo Humpty Dumpty— saber quién es el amo, eso es todo”

(Lewis Carrol, Alicia a través del espejo)

Cuando se habla de “orden”, entonces, no importa si es una palabra asociada a la derecha o a la izquierda. Lo que en verdad importa es en qué sentido y desde dónde habla de "orden" el que habla de "orden" y sobre todo, qué significado le damos nosotros a las palabras, para que, una vez más tratemos de ser nosotros quienes usamos el lenguaje y no quienes somos usados por él.
Seamos nosotros los amos.
Hasta la próxima.