"En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts´ui Pen, opta -simultáneamente- por todas..."

lunes, 13 de febrero de 2012

La mujer de la playa

(Advertencia para las almas sensibles: Esta entrada contiene vocabulario "soez")

Punta de Indio es una reserva natural, un monte de talas y espinillos que todavía resiste a duras penas los embates de la civilización. A pesar de que ya cada vez más raramente pueden observarse grupos de ciervos en el monte cerca del arroyito o reunidos milagrosamente en medio de alguna de sus calles de tierra, Punta de Indio es el pulmón que he elegido para respirar cuando quiero alejarme por un tiempo de mí. Ubicado en las costas del Río de la Plata,  donde el idioma zend no está contaminado de griego y donde es infrecuente la lepra, cuenta con un par de playitas donde una puede tirarse al sol, jugar a la paleta o al vóley y luego darse un buen bañito para sacarse la arena. Eso sí,  que la bikini no sea blanca porque terminará inevitablemente teñida del característico color del león de este río enorme. 
El fin de semana pasado, la playa estaba especial. A pesar de que el viento del norte se había llevado gran parte de su arena, el río estaba crecido y con ganas de brindarnos sus ofrendas más que de recibirlas.  Así le pareció a la mujer que cerca de las 9 de la mañana, a unos escasos metros de donde estábamos nosotros y con un evidente malhumor, juntaba rabiosamente en una bolsa de residuos cantidades de flores azules de plástico, pedazos de sandía y de manzana, perlas brillantes y cuentitas de colores, granos de maíz desparramados por todos lados, envases de Seven Up que, convertidos en fuentes sagradas, habían sido cortados a la mitad, y algún que otro choclo a medio comer que también andaba dando vueltas por ahí…
Un poco más allá, un grupo de hombres con tambores y mujeres con polleras que les llegaban a los tobillos estaba a punto de subir a un micro escolar. De pronto, un joven alto y de muy buen porte se separó del conjunto y se acercó a nuestra mujer con evidente malestar.
—¿Qué hace?— le preguntó en un tono en el límite entre la sorpresa y la recriminación.
—Limpio sus putas ofrendas— respondió la mujer en tono cordial sin levantar siquiera la vista del piso.
—Oiga, no sea irrespetuosa, ¿quiere? Son ofrendas a Yemanyá, la protectora de los navegantes y dueña de todos los frutos y riquezas del fondo del río…
—¿Ah sí? Me parece que llameyá o como mierda se llame, tiene los ovarios más llenos que yo. Yo los tengo repletos de limpiar la playa y ella los debe tener repletos de tener que limpiar el río… Una de dos: o está inflada las pelotas o está empachada. En cualquiera de los dos casos, escuchá…— dijo colocándose la mano en la oreja como para captar mejor algún supuesto mensaje que venía del río— ¿Oís?... “Metete el maíz en el cuuuloooo” — agregó subiendo una octava en el tono de voz —“Metete el maíz en el cuuulooo”. Si no lo escuchás, debe ser por falta de fe…
El joven que trataba de dominar su furia como dios manda, comenzó a recitarle una perorata sobre la libertad de culto y la libre circulación de las playas y la necesidad de tolerarnos y aceptarnos tal como somos… “porque todos somos hermanos, todos somos hijos de Dios”. Y siguió con el librito de Greenpeace: la capa de ozono y la polución de las aguas y los desechos tóxicos y los pingüinos y las ballenas y los perritos callejeros que no tienen hogar y… y… y…
—Mirá, pibe, yo no soy tu hermana ni sé qué carajo es eso de grinpi. Limpiame la playa antes de irte, llevate tu titanic del orto hecho mierda y tus flores de plástico cagadas y meadas por cuanto perro se acerca a olfatear, y tolerancia arreglada. Yo te tolero a vos y vos me tolerás a mí. Ahora resulta que vos venís, me hacés mierda la playa y la intolerante soy yo. Dejate de joder…
El joven alto y de muy buen porte, insistente, todavía incluso con alguna intención de catequesis, le explicaba que las ofrendas no podían “limpiarse”, que para eso eran ofrendas y que el río era sabio y sabía qué hacer con ellas mucho mejor que ella…
—¿Me entiende?— terminó el joven con tono conciliador.
La mujer comenzó a alejarse, arrastrando la bolsa de consorcio de la que asomaba una parte del barquito celeste (más tarde volvería por la otra mitad que había quedado atascada en el río) y, sin volver a mirar al chico, siguió su camino y se perdió tras las cañas que separan el sector de deportes del balneario.
Intuyo que se fue pensando en esto de la “tolerancia”: “Tolerémonos los unos a los otros y nuestro será el reino de los cielos”, estaría pensando… “Allá iré”, se habrá dicho, “no sea cosa que no haya nadie ahí para limpiar de celestes barcos las playas celestiales…”.

Hasta la próxima.

martes, 7 de febrero de 2012

La tana Ferro, la queja y una nueva sección en el blog

“Me encanta la gente que se queja, me cae bien. Para mí, abajo el optimismo, arriba la queja…”
La Tana Ferro

El personaje de la tana Ferro[1] como Sherlock Holmes, Frankenstein o  Moby Dick, estuvo destinado a ser mucho más famoso que su creador e, incluso, más famoso que la  película que le dio fama y popularidad desde el mismo instante de su gestación. Una pila de videos en Youtube, sus miles de seguidores en Facebook y la cantidad de referencias a sus frases que pueden encontrarse en la red y que ya son muletillas en la charla cotidiana, dan cuenta de un fenómeno particular como hacía rato no se daba en el cine argentino de los últimos tiempos. ¿Por qué un personaje como el de la tana Ferro, violento y adorable, antipático y genial, brutal y enternecedor, ha calado tan hondo en la sensiblidad de su público?       
Sin lugar a dudas, la impecable interpretación de Valeria Bertuccelli, de una naturalidad y una transparencia que pocas veces se encuentra en una comedia dramática livianita y sin mayores pretensiones como la de Taratuto, es uno de los motivos fundamentales del éxito del personaje. Pero también el guión, por momentos brillante, de Pablo Solarz es otra de las maravillitas que ha colaborado en esta cuestión. Basta recordar las mejores intervenciones de la tana para valorar la importancia del guión en el éxito del personaje.




Pero por sobre todas las cosas, la tana Ferro se ha convertido en lo que es  porque ha logrado de una manera fascinante y poco común la identificación de miles de mujeres que nos hemos visto reflejadas en sus reacciones no porque las expresemos a menudo o porque las hayamos expresado alguna vez, sino precisamente porque no nos hemos animado a expresarlas nunca o las hemos expresado con una culpa infinita en la convicción de estar lastimando “innecesariamente” al bobo o la boba que nos tocó en suerte en aquella ocasión. Es decir, la tana Ferro, al tiempo que se constituye en la bruja insoportable para los tantos maridos imbéciles y mediocres que andan por ahí, expresa también el deseo de muchas mujeres que, reprimidas o no, se vieron de pronto frente a un espejo que no sólo les daba la razón que nadie les había dado durante tanto tiempo sino que, además, las volvía gigantes.
Podrá discutirse después (no es ésa  la intención en este espacio), la visión patriarcal que brinda la película acerca de las causas del “mal carácter” de la tana Ferro. Parecería  que una mujer sólo puede reaccionar “violentamente” frente al orden instaurado si está “malatendida”, frustrada o encerrada todo el día en su casa… Pero el personaje va más allá del film y lo cierto es que ya nadie recuerda los supuestos motivos por los cuales la tana Ferro es así, sino que la tana Ferro es así: una mujer inteligente y transgresora que desobedece conscientemente el mandato social de mantener a toda costa la muy femenina “compostura” y  las bárbicas apariencias en un medio en el que la mediocridad y la superficialidad, cada vez más naturalizadas,  circulan avaladas por el siempre tan injustamente bien ponderado “sentido común”.
Con este breve homenaje, pues, a uno de los mejores personajes que ha dado el cine argentino en los últimos tiempos, no tengo otra intención que dar por inaugurada una nueva sección de este blog que llevará su nombre: “La tana Ferro” y que estará destinada a todo tipo de quejas: las comunes, las que sentimos a diario, las políticamente incorrectas, las que incomodan, las que nos hacen ver lo que no queremos ver, las que simplemente son justas, las que reclaman derechos cotidianos naturalizados e invisibilizados a fuerza de repetición y silencio ancestral… Todas las quejas serán bienvenidas para hacer de esta sección un espacio en el cual podamos encontrarnos con la tana Ferro que todos y todas llevamos dentro…
Espero estar a la altura de las circunstancias y llegar, aunque más no sea, a los escuálidos tobillos de esta tana enorme.
Hasta la próxima.  


 [1]  Un marido para mi mujer ( Juan Taratuto, Argentina, 2006)