"En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts´ui Pen, opta -simultáneamente- por todas..."

lunes, 30 de abril de 2012

El último Elvis: un viaje entre la niebla y el cielo.

Sábado a la noche. Frío. Me acomodo en la butaca preparada para ver qué puede hacer un joven argentino de apenas 33 años, nieto homónimo del polémico Armando Bo, con otra película sobre Elvis Presley, con otra película sobre un imitador de Elvis Presley.
La media luz de la sala todavía no se ha vuelto noche oscura y la desconfianza crece a medida que pasan los avances de futuros estrenos. Se me hace larga la espera. Desconfianza pero también ansiedad. Tengo muchas ganas de ver esta película. Aunque me gusta mucho Elvis. Aunque nunca me tragué el verso de que Armando Bo lo hacía "a propósito"...
Cuando la oscuridad plena anuncia finalmente el comienzo del filme, me relajo en la butaca para disfrutar una vez más de la magia del cine. Grave error. Nada de calma, nada de relax. Desde las primeras escenas, me abismo en una experiencia tan extrañamente singular como poderosa y genial. Es que El último Elvis   es como un camino sinuoso y mal iluminado en cuyos bordes hay precipicios inmensos en los que permanentemente nos sentimos a punto de caer.  "¿Y ahora qué?", me pregunto después de una escena en que Elvis enojado por el mal sonido de ese club de cuarta, abandona el escenario y se encierra en el baño aparentemente para ya no volver a salir... ¿Cómo se sale del baño? ¿Cómo se sale del lugar común?, ¿qué vuelta de volante, qué maniobra sacará de la galera para no caer, junto con toda la película y las excelentes actuaciones, al fondo del precipicio más oscuro?
Y así una y otra vez... Cada vez que parece que vamos a volcar, cada vez que la película roza el borde y está a punto de caer, una frenada... una maniobra que esquiva el camión de frente... y el viaje continúa tan mágica, tan inesperadamente como sólo pueden hacerlo continuar quienes están acostumbrados al  volante y al manejo de las cámaras, como sólo pueden hacerlo continuar quienes saben pulir el guión, exacto y por momentos, perfecto, hasta las últimas consecuencias...
Lo extraordinario es que la película no cae nunca, aun cuando siempre está a punto de caer...
El último Elvis se construye en el límite: el límite entre el drama y lo bizarro, entre lo familiar y lo extraño, entre eso que dicen que soy y el deseo de ser otro...
John Mclnermy, el actor que protagoniza a Carlos Gutiérrez —un obrero metalúrgico que, por las noches, imita a Elvis Presley— es, en su vida real, un arquitecto que, por las noches, imita a Elvis Presley. Y es, además, uno de los mejores aciertos de la película: impecable en su actuación, lleva el desdibujamiento del límite entre la realidad y la ficción al umbral mismo de la estructura constructiva del filme: ¿Quién es, en verdad, este John Mclnermy que representa a un Carlos Gutiérrez que representa a Elvis Presley? 
El drama familiar (la separación, la hija amada que lo desconoce, el accidente, el reencuentro...) no es más que una de las tantas realidades posibles. La otra es la realidad del deseo, allá donde somos otros aunque quienes estén cerca  apenas puedan notarlo: ¿Hasta qué punto Carlos no sabe que es Carlos y que Elvis no es más que el deseo de lo otro? ¿Hasta qué punto Priscila es Priscila y Lisa Marie es Lisa Marie? ¿Hasta qué punto esos sandwich de banana con manteca de maní, esos trajes tan extravagantemente suyos y tan familiarmente ajenos y las patillas vueltas negras por la magia del pincel no son más que avances de la película final, del deseo realizado de un Elvis que sólo será Elvis en la escena final del producto final?
Juego de límites y de espejos, de cámaras en mano y encuadres extraños, de músicas dobles y silencios estridentes, El último Elvis se me ocurre la última película de Elvis. Por mucho, por muchísimo tiempo... Al menos es la película de Elvis que elijo para que sea mi última. 

Hasta la próxima.