Aun cuando este espacio no fue pensado para hablar de política, los que me conocen saben que soy una mujer política, plantada en un medio político y con una participación activa en el debate ideológico. Por eso, a pocos días de la culminación de los festejos del Bicentenario, me es imposible dejar de comentar algunos de los relatos que se han escuchado en radio y televisión el día después.
Por un lado, parte de la oposición y ciertos analistas basados en supuestas “encuestas” aseguran que el pueblo argentino ha dado una lección a sus gobernantes durante estos festejos y que, con su participación en las calles, no ha hecho otra cosa que expresar la necesidad de consenso frente al conflicto entre el gobierno nacional y el gobierno de la ciudad que habría “nublado” los festejos en este Bicentenario.
Por el otro lado, están quienes, lejos de querer ocultar el conflicto, hacen de la “caprichosidad” el carácter fundamental del mismo, banalizando de manera vergonzante una diferencia que no sólo es ideológica desde su base, sino que además expresa dos maneras diferentes, incluso contrapuestas, de pensar un país.
Tanto quienes pretenden ocultar o disimular el conflicto como quienes lo banalizan al punto de convertirlo en una mera pelea de chusmas de barrio intentan instaurar un panorama desideologizado y aséptico indigno de los verdaderos tiempos que corren.
Por un lado, parte de la oposición y ciertos analistas basados en supuestas “encuestas” aseguran que el pueblo argentino ha dado una lección a sus gobernantes durante estos festejos y que, con su participación en las calles, no ha hecho otra cosa que expresar la necesidad de consenso frente al conflicto entre el gobierno nacional y el gobierno de la ciudad que habría “nublado” los festejos en este Bicentenario.
Por el otro lado, están quienes, lejos de querer ocultar el conflicto, hacen de la “caprichosidad” el carácter fundamental del mismo, banalizando de manera vergonzante una diferencia que no sólo es ideológica desde su base, sino que además expresa dos maneras diferentes, incluso contrapuestas, de pensar un país.
Tanto quienes pretenden ocultar o disimular el conflicto como quienes lo banalizan al punto de convertirlo en una mera pelea de chusmas de barrio intentan instaurar un panorama desideologizado y aséptico indigno de los verdaderos tiempos que corren.
Por eso, hoy, en este espacio dedicado a “las palabras y las cosas”, me propongo reivindicar de una vez por todas el conflicto y su verdadera importancia en estos festejos del Bicentenario que lo han puesto en escena en lugar de ocultarlo. Quiero rescatar su positividad y su puesta en evidencia contra la hipocresía política y contra los que todavía hacen del quehacer público una mera cuestión de imagen para el mundo o para los años por venir.
Si el Centenario fue la fastuosidad de los festejos que trataba de ocultar una Ley de Residencia que reprimía a los inmigrantes, si fue la fiesta de unos pocos en medio de un estado de sitio y de una durísima persecución ideológica hacia los cuadros políticos que comenzaban a hacer escuchar su reclamo por una sociedad con más derechos para los obreros, las mujeres y “para todos los hombres del mundo” que querían “habitar el suelo argentino”, si el Centenario representó la promoción de lo que Ricardo Rojas llamó la “pedagogía de las estatuas” para mostrar un país grandioso que estaba muy lejos de serlo más que para los cuatro o cinco que podían en verdad disfrutarlo, HOY, en 2010, el Bicentenario muestra a todas luces y sin ocultamientos la puesta en escena del conflicto en un ambiente de libertad de expresión como pocas veces hubo a lo largo de toda esta centuria, sin represiones ni a piqueteros ni a movimientos sociales ni a manifestaciones del campo ni a ambientalistas ni a periodistas que, aunque dicen tener miedo (¿a un cartel?), nunca expresaron su miedo ni el de sus colegas desaparecidos durante los gobiernos dictatoriales que sí metieron miedo en este país.
Y ES QUE SÍ, SEÑORES, ACÁ HAY CONFLICTO Y ES BUENO QUE ASÍ SEA. Es bueno que lo vayan entendiendo de una vez por todas. Acá hay conflicto entre el poder político y el económico como hacía mucho tiempo que no sucedía en el país. Acá están, por un lado, los resabios menemistas de la farándula, con su pizza y su champagne y, por el otro, la presencia de los artistas del interior del país y los artistas latinoamericanos en un escenario que recibió de manera gratuita a un público increíble que festejó cantando el himno con la emoción y la garra que sólo escuchábamos en los mundiales de fútbol.
Por eso, no nos vengan con la cháchara de “El obelisco y el Colón, un solo corazón”, que ninguno de los que estuvo allí presente en los festejos cantó nada por el estilo por si quieren enterarse los serios y circunspectos hacedores de encuestas.
Lo mismo corre para todos aquellos que insisten en “caprichizar” el conflicto, que ignoran o pretenden ignorar que la decisión de la presidenta de no asistir a la reapertura del teatro Colón (y más aún después de haber visto su vergonzosa televisación) se trata de una decisión política e ideológica que pone en escena dos maneras absolutamente distintas de pensar un país: un país que tiene todavía el culo más arriba de la cabeza y que sigue mirando al norte aun cuando el norte se desmorona irremediablemente (y esto no tiene nada que ver con la importancia indiscutible que en el mundo de la cultura tiene desde siempre el teatro Colón) y un país que empieza a mirar a los costados y comienza a identificarse con su historia y con sus orígenes latinoamericanos.
Y ES QUE SÍ, SEÑORES, ACÁ HAY CONFLICTO Y ES BUENO QUE ASÍ SEA. Es bueno que lo vayan entendiendo de una vez por todas. Acá hay conflicto entre el poder político y el económico como hacía mucho tiempo que no sucedía en el país. Acá están, por un lado, los resabios menemistas de la farándula, con su pizza y su champagne y, por el otro, la presencia de los artistas del interior del país y los artistas latinoamericanos en un escenario que recibió de manera gratuita a un público increíble que festejó cantando el himno con la emoción y la garra que sólo escuchábamos en los mundiales de fútbol.
Por eso, no nos vengan con la cháchara de “El obelisco y el Colón, un solo corazón”, que ninguno de los que estuvo allí presente en los festejos cantó nada por el estilo por si quieren enterarse los serios y circunspectos hacedores de encuestas.
Lo mismo corre para todos aquellos que insisten en “caprichizar” el conflicto, que ignoran o pretenden ignorar que la decisión de la presidenta de no asistir a la reapertura del teatro Colón (y más aún después de haber visto su vergonzosa televisación) se trata de una decisión política e ideológica que pone en escena dos maneras absolutamente distintas de pensar un país: un país que tiene todavía el culo más arriba de la cabeza y que sigue mirando al norte aun cuando el norte se desmorona irremediablemente (y esto no tiene nada que ver con la importancia indiscutible que en el mundo de la cultura tiene desde siempre el teatro Colón) y un país que empieza a mirar a los costados y comienza a identificarse con su historia y con sus orígenes latinoamericanos.
Entonces, señores, les guste o no: HOY, EN 2010, HAY CONFLICTOS.
Y todavía queremos más, muchos más: con el poder minero y con el financiero, con los banqueros que se enriquecen con nuestras crisis, con los jueces truchos y la corrupción, con quienes hicieron que pagáramos la deuda que no nos corresponde pagar.
Más conflictos con todos aquellos que no quieren conflictos.
Y es que ya nadie puede hacernos creer que el conflicto es algo malo. Es algo malo para quien quiere conservar el estado de cosas a cualquier precio para cuidar los bolsillos que tan bien llenaron a costa nuestra y con la anuencia de los gobiernos anteriores; pero no para nosotros, no para la gente, no para el futuro, no para un país que quiere mantener intacta su memoria en función del porvenir. Ningún cambio importante se da ni en las personas ni en las naciones, sin conflicto. Por eso es hora de reivindicarlo y de colocarlo en su justo lugar, porque ocultar el conflicto es tan ideológico como mostrarlo.
Por último, creo que el pueblo no salió a la calle para expresar su desacuerdo con ninguna falta de consenso, ni contra ningún supuesto “capricho” presidencial, ni siquiera salió a la calle para apoyar a un gobierno. Simplemente salió a la calle para expresar nada más ni nada menos que su sentido de pertenencia, su necesidad de estar cerca del par y de identificarse con el de al lado por un pasado en común que no es otra cosa que un presente y un futuro en común: federal y latinoamericano como el que soñaron los verdaderos héroes de la Patria, desde Moreno y Belgrano hasta el inquebrantable heroísmo del Che.
Para eso salió la gente a la calle. Y la pasó muy bien. Muy pero muy bien.
Hasta la próxima.
Para eso salió la gente a la calle. Y la pasó muy bien. Muy pero muy bien.
Hasta la próxima.