de la película Poetry de Lee Chang-dong |
"A. recuerda un momento de su infancia (a los trece o catorce años). Caminaba sin rumbo una tarde de noviembre con su amigo D. No sucedió nada, pero ambos, en el mismo momento, intuyeron la infinidad de posibilidades que les aguardaban. O quizá podría decirse que lo que sucedió fue que tomaron conciencia de esas posibilidades.
Mientras caminaban en medio del aire gris y frío de la tarde, A. se detuvo de repente.
—Dentro de un año a partir de hoy —le anunció a su amigo— nos sucederá algo extraordinario, algo que cambiará nuestras vidas para siempre.
Pasó el año y el día señalado no ocurrió nada extraordinario.
—No importa —le explicó A. a D.—, sucederá dentro de otro año.
Pero pasó el segundo año y tampoco ocurrió nada. Sin embargo, A. y D. no se desanimaron. Durante todos los años del bachillerato siguieron conmemorando aquel día, no con una ceremonia, sino simplemente mencionándolo. Se encontraban en los pasillos del colegio, por ejemplo, y se decían:
—El sábado es el día.
No es que esperaran que sucediera un milagro, sino algo más extraño; con el paso del tiempo, ambos se habían apegado al recuerdo de aquella predicción.
Descubrió que también el futuro temerario, el misterio de lo que aún no ha ocurrido podía guardarse en la memoria. Y a veces tiene la sensación de que lo verdaderamente extraordinario era la ciega profecía adolescente de veinte años antes, el mismo presagio de lo extraordinario; su mente arrojándose feliz hacia lo desconocido. Lo cierto es que han pasado muchos años y todavía hoy, a finales de noviembre, se sorprende recordando aquel día.”
Paul Auster: La invención de la soledad.
Hay un extraordinario libro de Roland Barthes que habla de los códigos (y de la inutilidad de los códigos) a través de los cuales pasa nuestra subjetividad a medida que lee, y dice algo así como que hay momentos en los que uno, cuando está leyendo, inevitablemente levanta la vista del texto: se separa, se extraña, se siente arrobado o incomodado, y de pronto está ahí, queriendo decir algo que no sabe muy bien dónde volcar o dónde guardar… Y entonces, subraya, cuelga una frase en el margen, busca un papel y un lápiz o el procesador de textos que esté más a mano en alguna pantalla del orbe… Lo cierto es que después de ese rapto, de ese melodioso o furioso vuelo de la mente, algo ha cambiado, y cuando regresamos al libro, ya no somos los mismos…
Leí esta novela de Paul Auster hace ya algunos años, pero el sábado pasado, cuando en Marca de radio, Eduardo Aliverti leyó al aire este pequeño fragmento (1), sentí que lo leía/ escuchaba por primera vez. ¡Y es que a veces las lecturas se dejan oír tanto mejor que cuando sólo están ahí para nosotros…! La voz de Aliverti hizo que levantara la vista del texto muchos años después de haber intuido que algo había en ese libro que se me estaba escapando. Tal vez se me estaba escapando precisamente para que alguna futura mañana de sábado, la voz de Aliverti me lo devolviera nuevo para que levantara la vista ahora y acá.
No hay peor tragedia que tomar conciencia de la infinidad de posibilidades que nos aguardan, nada más trágico que elegir un solo sendero del jardín: “En todos mis posibles late la imposibilidad.”, dice Feinmann que dice Heiddegger… Por eso, A. expresa el deseo de lo extraordinario: porque algo más tiene que haber que la insoportable estupidez de tener que elegir… Por eso también hace mucho más que expresarlo: al nombrarlo, lo materializa, lo construye, le da cuerpo y le da categoría de predicción, de “verdad revelada"...
Algo extraordinario, algo que cambiará la vida para siempre… De eso se trata: decir el deseo, gritarlo, patearlo hacia adelante, nombrarlo sin ceremonias ni ritos, “simplemente mencionándolo”, porque mencionándolo, lo existo.
El recuerdo de aquella predicción es el recuerdo de la construcción de la esperanza por la esperanza misma, del deseo por el deseo mismo… Y qué otra cosa es el futuro que el hecho de arrojarnos año tras año a lo desconocido…
El futuro será temerario o no será, será misterioso o no será, se guardará en la memoria o no vendrá. Tal vez la realización del deseo no sea otra cosa que su construcción, el recuerdo de la predicción de ese hecho extraordinario que algún día vendrá. O no. Después de todo, si viene o no es lo que menos importa...
Que este 2012 los encuentre recordando "aquella" predicción y construyendo nuevas para ser recordadas en algunos de los nuevos futuros, una y otra vez...
Hasta la próxima.
(1) Pueden escuchar el fragmento de Paul Auster en la voz de Eduardo Aliverti en www.marcaderadio.com.ar (programa del 24 de diciembre de 2011, en la franja que va de 12 a 13 del mediodía)