No creo demasiado en los comienzos y los finales, sobre todo los establecidos por el calendario. Tiempo convención. Tiempo lineal. Tiempo límite. Será que nunca me gustó mucho la línea recta, esa mentira de puntos continuos que nos lleva a un infinito que no quiere ser. Mucho menos me gusta el fragmento, esa recta recortada, encarcelada por puntos en algún segmento de tiza amarilla sobre un viejo pizarrón: A-B: dos puntos en la recta: principio y final…
Pero la recta no acepta principios ni finales (y sin embargo, sí) No hay forma de retener a la recta porque ella pisotea soberbia los puntos de tiza y atraviesa el límite del pizarrón y la pared y el edificio y las calles y los mares y el mundo y se burla del punto para seguir flotando en la esfera de la infinitud que (no nos engañemos) tampoco es.
Recta escurridiza que si no escapa hacia afuera, lo hará inevitablemente hacia adentro, precioso Zenón: Para ir de A hacia B, hay que pasar por C, exactamente la mitad del camino. Pero para ir de A a C, también habrá que pasar por D, exactamente la mitad del camino entre A y C. Y después por E y por F y por… ¿Será que permanecemos siempre en el mismo sitio? ¿Será que para llegar a diciembre hay que pasar por julio y para llegar a julio hay que pasar por abril y para llegar a abril hay que pasar por febrero y para llegar a febrero hay que pasar por la mitad de enero y…? ¿Será que nunca llegaremos al 31 de diciembre en este recorrido infinito para adentro del querido Zenón?
“And yet… And yet”, diría el viejo en “Nueva refutación del tiempo”, la verdad es que estamos aquí. O no. Tal vez tomamos la píldora equivocada y seguimos en la Mátrix…
Tiempo. Paradoja. Contradicción. Cruce. Cinta de Moebius.
Lo cierto es que cuando me imagino el tiempo prefiero la red a la línea, como me enseñó el viejo. Por literaria, por vulnerable, porque me obliga a cruzar. Y porque en esos cruces es donde casi siempre encuentro la vida. Los cruces no son comienzos ni finales y por eso son los que dejan huella, los que obligan a optar por un camino o por otro como en el viejo jardín donde Albert espera por mí. O no. Depende de qué bifurcación me lleve hasta allí.
Aunque prefiero la red a la línea, el laberinto al tiempo o el cruce al horizonte, esta noche esperaré una vez más el principio del fin y el comienzo de lo nuevo y brindaré con los que quiero y comeré pasas de uva y nueces y turrones. Y tomaré champagne y vino tinto y me embriagaré con los fuegos artificiales (y con champagne y vino tinto, claro) para festejar una vez más, el inicio.
Y sin embargo, y sin embargo...
No creo demasiado en los comienzos y los finales, sobre todo los establecidos por el calendario. Tiempo convención. Tiempo lineal. Tiempo límite.
Que la pasen muy bien esta noche. ¡Feliz año nuevo para todos!
Hasta la próxima.
Pero la recta no acepta principios ni finales (y sin embargo, sí) No hay forma de retener a la recta porque ella pisotea soberbia los puntos de tiza y atraviesa el límite del pizarrón y la pared y el edificio y las calles y los mares y el mundo y se burla del punto para seguir flotando en la esfera de la infinitud que (no nos engañemos) tampoco es.
Recta escurridiza que si no escapa hacia afuera, lo hará inevitablemente hacia adentro, precioso Zenón: Para ir de A hacia B, hay que pasar por C, exactamente la mitad del camino. Pero para ir de A a C, también habrá que pasar por D, exactamente la mitad del camino entre A y C. Y después por E y por F y por… ¿Será que permanecemos siempre en el mismo sitio? ¿Será que para llegar a diciembre hay que pasar por julio y para llegar a julio hay que pasar por abril y para llegar a abril hay que pasar por febrero y para llegar a febrero hay que pasar por la mitad de enero y…? ¿Será que nunca llegaremos al 31 de diciembre en este recorrido infinito para adentro del querido Zenón?
“And yet… And yet”, diría el viejo en “Nueva refutación del tiempo”, la verdad es que estamos aquí. O no. Tal vez tomamos la píldora equivocada y seguimos en la Mátrix…
Tiempo. Paradoja. Contradicción. Cruce. Cinta de Moebius.
Lo cierto es que cuando me imagino el tiempo prefiero la red a la línea, como me enseñó el viejo. Por literaria, por vulnerable, porque me obliga a cruzar. Y porque en esos cruces es donde casi siempre encuentro la vida. Los cruces no son comienzos ni finales y por eso son los que dejan huella, los que obligan a optar por un camino o por otro como en el viejo jardín donde Albert espera por mí. O no. Depende de qué bifurcación me lleve hasta allí.
Aunque prefiero la red a la línea, el laberinto al tiempo o el cruce al horizonte, esta noche esperaré una vez más el principio del fin y el comienzo de lo nuevo y brindaré con los que quiero y comeré pasas de uva y nueces y turrones. Y tomaré champagne y vino tinto y me embriagaré con los fuegos artificiales (y con champagne y vino tinto, claro) para festejar una vez más, el inicio.
Y sin embargo, y sin embargo...
No creo demasiado en los comienzos y los finales, sobre todo los establecidos por el calendario. Tiempo convención. Tiempo lineal. Tiempo límite.
Que la pasen muy bien esta noche. ¡Feliz año nuevo para todos!
Hasta la próxima.