Las películas que me conmueven, conmueven mis emociones, sí; pero, por sobre todas las cosas, conmueven mi inteligencia. Contra esa publicidad estúpida que muestra a una rubia estúpida llorando por una película estúpida, propongo la mirada atenta y la emoción intransferible que sólo podemos sentir frente al hecho estético.
Criatura de la noche (Tomas Alfredson, Suecia, 2008) es el pésimo título con que la conocimos acá, infinitamente inferior a su original en sueco (Låt den rätte komma in) o a su traducción al inglés: Let the Rigth One in, algo así como “Deja al correcto entrar”. Como sea y tratando de no caer en reduccionismos absurdos, Criatura de la noche es una historia de amor, no de las que hacen llorar a la rubia estúpida, sino de las que emocionan porque por sobre todas las cosas son una historia de amor al arte.
A mí me pasa que cuando un buen libro me conmueve, me pide a gritos el lápiz que lo marcará y lo volverá, de algún modo, mío. Toda buena lectura, ¿por qué no? es un poco vampírica para ir entrando en tema. Es como si uno necesitara guardar ese instante y grabar esa conversación que, a veces, es discusión y otras, encuentro… Lo cierto es que con el cine uno no puede andar marcando las películas como se marca un libro. Por eso, la mejor manera que yo encuentro de entrar en ellas es la escritura (acto vampírico por excelencia), una escritura que resuma de algún modo las notas que haríamos en el margen de la página, si las películas tuvieran páginas... Algo así como la inscripción de una mirada, de una mirada atenta pero también cercana a la emoción. Sí, sí, ya sé, hay que evitar la empatía y ser riguroso en el análisis... Me pregunto si lo uno está tan lejos de lo otro: ¿acaso no analizamos cuando recreamos y no recreamos cuando analizamos?
Lo importante para mí es que escribir me permite conversar con los textos y apropiarme de ellos aunque sea en ese breve instante de escritura. Y si además, hay otros que miran y leen, todo es eslabón y cadena y, entonces, la conversación vuelve a empezar…
Criatura de la noche (Tomas Alfredson, Suecia, 2008) es el pésimo título con que la conocimos acá, infinitamente inferior a su original en sueco (Låt den rätte komma in) o a su traducción al inglés: Let the Rigth One in, algo así como “Deja al correcto entrar”. Como sea y tratando de no caer en reduccionismos absurdos, Criatura de la noche es una historia de amor, no de las que hacen llorar a la rubia estúpida, sino de las que emocionan porque por sobre todas las cosas son una historia de amor al arte.
A mí me pasa que cuando un buen libro me conmueve, me pide a gritos el lápiz que lo marcará y lo volverá, de algún modo, mío. Toda buena lectura, ¿por qué no? es un poco vampírica para ir entrando en tema. Es como si uno necesitara guardar ese instante y grabar esa conversación que, a veces, es discusión y otras, encuentro… Lo cierto es que con el cine uno no puede andar marcando las películas como se marca un libro. Por eso, la mejor manera que yo encuentro de entrar en ellas es la escritura (acto vampírico por excelencia), una escritura que resuma de algún modo las notas que haríamos en el margen de la página, si las películas tuvieran páginas... Algo así como la inscripción de una mirada, de una mirada atenta pero también cercana a la emoción. Sí, sí, ya sé, hay que evitar la empatía y ser riguroso en el análisis... Me pregunto si lo uno está tan lejos de lo otro: ¿acaso no analizamos cuando recreamos y no recreamos cuando analizamos?
Lo importante para mí es que escribir me permite conversar con los textos y apropiarme de ellos aunque sea en ese breve instante de escritura. Y si además, hay otros que miran y leen, todo es eslabón y cadena y, entonces, la conversación vuelve a empezar…
De eso se trata.
Esta es mi conversación con Criatura de la noche de Tomas Alfredson:
Supe que mi tiempo se acababa apenas lo vi, rubio como la nieve rubia del patio: “¿Puedes hacer algo por mí? ¿Podrías no ver a ese chico esta noche, por favor?", le pedí, le rogué casi… Ella pasó su dedo oscuro por mi rostro seco y yo cerré los ojos mientras la sentía entero por última vez.
También yo le pregunté una vez quién era ella cuando todavía me resistía a dejarla pasar. “Soy alguien como vos”, dijo en su adolescencia eterna que era el principio de la mía… “¿Qué querés decir?”, le pregunté, “Yo no mato gente”. “Pero te gustaría si pudieras, para vengarte, ¿no es así? Yo lo hago porque tengo que hacerlo”. Y porque vos y yo no somos más que la misma cara de este espejo revertido, podría haber dicho si yo hubiera sido entonces capaz de entender…
Y la dejé entrar sabiendo que yo no entraría en ella jamás… sexo cosido/ cicatriz que dibuja la grieta que no será.
Así fue, así ha sido siempre para mí y así será a partir de ahora para Oskar, rubio nieve, cadena eslabón que comienza a amarla como la hemos amado tantos antes que él… y como la seguirán amando otros, los mismos, los elegidos por Eli para que la dejen entrar.
Porque en Eli nos miramos… ¿no, Oskar? y aunque rubios, fuimos morenos; y aunque niños, fuimos vampiros; y aunque carne, fuimos cuchillo, rojo banquete, rito iniciático, beso de sangre en la boca impura.
Y las zapatillas bailando al pie de la piscina… ¡y son tres minutos debajo del agua! Cerremos los ojos, Oskar, que el fuera de campo nos evite el destrozo del después... Nadie quiere ver lo que no quiere ver…
Cómplices para siempre de una venganza repetida, mataremos por ella, Oskar, por ella nos borraremos con ácido el rostro ajado que no pudo quedarse en los doce… y por ella nos abriremos con los dedos la carne en el beso final…
Yo lo supe, Oskar, y vos lo sabrás… Sabrás que tu tiempo se acaba apenas lo veas, rubio como la nieve rubia del patio…
También yo le pregunté una vez quién era ella cuando todavía me resistía a dejarla pasar. “Soy alguien como vos”, dijo en su adolescencia eterna que era el principio de la mía… “¿Qué querés decir?”, le pregunté, “Yo no mato gente”. “Pero te gustaría si pudieras, para vengarte, ¿no es así? Yo lo hago porque tengo que hacerlo”. Y porque vos y yo no somos más que la misma cara de este espejo revertido, podría haber dicho si yo hubiera sido entonces capaz de entender…
Y la dejé entrar sabiendo que yo no entraría en ella jamás… sexo cosido/ cicatriz que dibuja la grieta que no será.
Así fue, así ha sido siempre para mí y así será a partir de ahora para Oskar, rubio nieve, cadena eslabón que comienza a amarla como la hemos amado tantos antes que él… y como la seguirán amando otros, los mismos, los elegidos por Eli para que la dejen entrar.
Porque en Eli nos miramos… ¿no, Oskar? y aunque rubios, fuimos morenos; y aunque niños, fuimos vampiros; y aunque carne, fuimos cuchillo, rojo banquete, rito iniciático, beso de sangre en la boca impura.
Y las zapatillas bailando al pie de la piscina… ¡y son tres minutos debajo del agua! Cerremos los ojos, Oskar, que el fuera de campo nos evite el destrozo del después... Nadie quiere ver lo que no quiere ver…
Cómplices para siempre de una venganza repetida, mataremos por ella, Oskar, por ella nos borraremos con ácido el rostro ajado que no pudo quedarse en los doce… y por ella nos abriremos con los dedos la carne en el beso final…
Yo lo supe, Oskar, y vos lo sabrás… Sabrás que tu tiempo se acaba apenas lo veas, rubio como la nieve rubia del patio…