Entre tantas emociones encontradas a lo largo de estos tres días de multitudinaria despedida a uno de los líderes argentinos más importantes de los últimos cincuenta años, me gustaría una vez más hacer hincapié en las palabras.
Ayer nomás, hace apenas nueve años, la gente salía a la calle con cacerolas y gritaba enardecida: “Que se vayan todos”. Si bien, como mujer política que fui toda mi vida, nunca estuve de acuerdo con esa consigna, entiendo hoy que su puesta en escena estuvo absolutamente justificada y justificada, incluso, en la clase media que, por primera vez, se veía claramente afectada en su bolsillo y que, también por primera vez, sentía en carne propia el despojo del que sólo habían sido víctimas hasta entonces, las clases bajas y los desclasados.
“Que se vayan todos”, entonces, fue el final de un camino que sólo podía conducir a la crisis económica, al corralito y al corralón. Era el camino del ajuste, de la rebaja en los sueldos de los jubilados, de un salario mínimo clavado en 200 o 250 pesos desde el año 1993.
Las palabras vueltas consignas servían entonces a los grandes grupos económicos que, junto a sus socios y voceros, los políticos, vieron el camino libre para seguir llenando sus arcas a costa de los despojados de siempre y los despojados de ahora: Cuanto menos creyéramos en la política, más fácil sería para ellos seguir manejando nuestras mentes y nuestros bolsillos.
Hoy, las consignas ya no son las mismas y cuando escucho a miles de jóvenes que agradecen a Néstor Kirchner la devolución de la confianza en la militancia política, gritando las viejas consignas como “hasta la victoria siempre” o “ni un paso atrás”, me digo que algo tiene que haber hecho este señor para que pasáramos en apenas nueve años del inoperante “que se vayan todos” al demandante “ni un paso atrás”.
Algo habrá hecho Néstor Kirchner y ese “algo” no es (no puede ser) un producto meramente discursivo.
Si bien hay que reconocer que fue Kirchner quien puso nuevamente en el centro del discurso político palabras como “pueblo”, “memoria”, “militancia” o “derechos humanos”, esas palabras que habían sido exiliadas por “trasnochadas” del discurso de los 90, me pregunto si, sin la confrontación real entre el poder político y el económico, hubiera sido posible instalar la discusión en la mesa del comedor, en los cumpleaños, en la escuela, en la universidad, en el trabajo y hasta en los medios. Me pregunto si no ha sido necesario, además, confrontar y en esta confrontación, mostrar, develar y revelar el poder económico oculto detrás de los grandes medios de comunicación, esa máquina de lavar cerebros que fue el monopolio mediático antes, durante y después de la dictadura militar.
Ayer nomás, hace apenas nueve años, la gente salía a la calle con cacerolas y gritaba enardecida: “Que se vayan todos”. Si bien, como mujer política que fui toda mi vida, nunca estuve de acuerdo con esa consigna, entiendo hoy que su puesta en escena estuvo absolutamente justificada y justificada, incluso, en la clase media que, por primera vez, se veía claramente afectada en su bolsillo y que, también por primera vez, sentía en carne propia el despojo del que sólo habían sido víctimas hasta entonces, las clases bajas y los desclasados.
“Que se vayan todos”, entonces, fue el final de un camino que sólo podía conducir a la crisis económica, al corralito y al corralón. Era el camino del ajuste, de la rebaja en los sueldos de los jubilados, de un salario mínimo clavado en 200 o 250 pesos desde el año 1993.
Las palabras vueltas consignas servían entonces a los grandes grupos económicos que, junto a sus socios y voceros, los políticos, vieron el camino libre para seguir llenando sus arcas a costa de los despojados de siempre y los despojados de ahora: Cuanto menos creyéramos en la política, más fácil sería para ellos seguir manejando nuestras mentes y nuestros bolsillos.
Hoy, las consignas ya no son las mismas y cuando escucho a miles de jóvenes que agradecen a Néstor Kirchner la devolución de la confianza en la militancia política, gritando las viejas consignas como “hasta la victoria siempre” o “ni un paso atrás”, me digo que algo tiene que haber hecho este señor para que pasáramos en apenas nueve años del inoperante “que se vayan todos” al demandante “ni un paso atrás”.
Algo habrá hecho Néstor Kirchner y ese “algo” no es (no puede ser) un producto meramente discursivo.
Si bien hay que reconocer que fue Kirchner quien puso nuevamente en el centro del discurso político palabras como “pueblo”, “memoria”, “militancia” o “derechos humanos”, esas palabras que habían sido exiliadas por “trasnochadas” del discurso de los 90, me pregunto si, sin la confrontación real entre el poder político y el económico, hubiera sido posible instalar la discusión en la mesa del comedor, en los cumpleaños, en la escuela, en la universidad, en el trabajo y hasta en los medios. Me pregunto si no ha sido necesario, además, confrontar y en esta confrontación, mostrar, develar y revelar el poder económico oculto detrás de los grandes medios de comunicación, esa máquina de lavar cerebros que fue el monopolio mediático antes, durante y después de la dictadura militar.
Me pregunto si no fue necesario también desenmascarar a la Sociedad rural y a sus obsecuentes y humillados “socios” de la Federación agraria (a quienes por ese entonces se dio en llamar “el campo”) para darnos cuenta de que los buenos y campechanos gauchos son los que se han quedado con la torta sojera y con las ganancias de los pequeños y medianos productores después del tristemente famoso voto “no positivo”.
Me pregunto si no ha sido necesario, además, confrontar y en la confrontación mostrar, develar la mentira, la usura, el verdadero fondo del Fondo Monetario Internacional para que nos diéramos cuenta de que el crecimiento económico era posible sin su prestigiosa y desinteresada ayuda.
Algo habrá hecho, insisto, Néstor Kirchner porque muchos hemos comenzado a reparar en las palabras; a preguntarnos, por ejemplo, la diferencia entre “piquetero”, “ruralista” y “asambleísta”: Como todos cortaban las calles o las rutas o los puentes, no entendíamos muy bien si la diferencia era una cuestión de color, de origen geográfico, de clase social o de objeto a interrumpir con sus palos, tractores o camiones. No entendíamos por qué estaba mal visto que un “negrito” cortara una calle y muy bien visto que un “gauchito” cortara una ruta.
Tampoco podíamos entender muy claramente por qué se “presiona” a la Justicia cuando se le demanda la plena vigencia de una ley votada por el Congreso por amplia mayoría, pero no se la “presiona” cuando debe resolver los intereses de una empresa privada como Fibertel. Y en esa incomprensión fue que empezamos a cuestionar las palabras que nos relataban lo que llamábamos “realidad”.
Algo habrá hecho seguramente Néstor Kirchner para que entendíéramos (no sólo en la Academia, sino también en la calle) que la realidad era una construcción, un relato y que la “verdad” no estaba, como creímos toda la vida, en la televisión ni en los diarios (digo "como creímos toda la vida" con reservas y porque somos un pueblo con altas dosis de amnesia, porque ya sabíamos que no era así, porque habíamos vivido una guerra cuyo “triunfo” fue una “verdad” televisiva hasta que la realidad nos cayó encima como una piedra allá por 1982).
Algo habrá hecho Néstor Kirchner para que en su despedida, miles y miles de jóvenes, algunos llorando; otros, con la rabia por una muerte prematura, le gritaran a la presidenta, a su compañera de toda la vida: “Ni un paso atrás”.
“Ni un paso atrás” es, sin lugar a dudas, una consigna que agradece el hecho de haber cambiado el rumbo que nos llevó al desastre del 2001, un camino que todos los que estuvimos en la Plaza queremos seguir transitando para ir por más, pero es también y por sobre todas las cosas, una demanda, un imperativo, una llamada a no bajar los brazos y a seguir resistiendo uno a uno los embates de quienes no quieren ceder un solo centavo de sus bolsillos llenos. “A muerte”, dijeron muchos en la capilla ardiente, tal vez un poco exageradamente. O no.
Algo habrá hecho Néstor Kirchner para pasar en sólo nueve años del “que se vayan todos” al “ni un paso atrás”.
Algo habrá hecho Néstor Kirchner para que quienes desearon su muerte, hoy no sepan qué carajo hacer con tanto joven irrespetuoso.
Hasta la próxima y hasta la victoria siempre.
Sí, hasta la victoria siempre, ¿y qué?
Me pregunto si no ha sido necesario, además, confrontar y en la confrontación mostrar, develar la mentira, la usura, el verdadero fondo del Fondo Monetario Internacional para que nos diéramos cuenta de que el crecimiento económico era posible sin su prestigiosa y desinteresada ayuda.
Algo habrá hecho, insisto, Néstor Kirchner porque muchos hemos comenzado a reparar en las palabras; a preguntarnos, por ejemplo, la diferencia entre “piquetero”, “ruralista” y “asambleísta”: Como todos cortaban las calles o las rutas o los puentes, no entendíamos muy bien si la diferencia era una cuestión de color, de origen geográfico, de clase social o de objeto a interrumpir con sus palos, tractores o camiones. No entendíamos por qué estaba mal visto que un “negrito” cortara una calle y muy bien visto que un “gauchito” cortara una ruta.
Tampoco podíamos entender muy claramente por qué se “presiona” a la Justicia cuando se le demanda la plena vigencia de una ley votada por el Congreso por amplia mayoría, pero no se la “presiona” cuando debe resolver los intereses de una empresa privada como Fibertel. Y en esa incomprensión fue que empezamos a cuestionar las palabras que nos relataban lo que llamábamos “realidad”.
Algo habrá hecho seguramente Néstor Kirchner para que entendíéramos (no sólo en la Academia, sino también en la calle) que la realidad era una construcción, un relato y que la “verdad” no estaba, como creímos toda la vida, en la televisión ni en los diarios (digo "como creímos toda la vida" con reservas y porque somos un pueblo con altas dosis de amnesia, porque ya sabíamos que no era así, porque habíamos vivido una guerra cuyo “triunfo” fue una “verdad” televisiva hasta que la realidad nos cayó encima como una piedra allá por 1982).
Algo habrá hecho Néstor Kirchner para que en su despedida, miles y miles de jóvenes, algunos llorando; otros, con la rabia por una muerte prematura, le gritaran a la presidenta, a su compañera de toda la vida: “Ni un paso atrás”.
“Ni un paso atrás” es, sin lugar a dudas, una consigna que agradece el hecho de haber cambiado el rumbo que nos llevó al desastre del 2001, un camino que todos los que estuvimos en la Plaza queremos seguir transitando para ir por más, pero es también y por sobre todas las cosas, una demanda, un imperativo, una llamada a no bajar los brazos y a seguir resistiendo uno a uno los embates de quienes no quieren ceder un solo centavo de sus bolsillos llenos. “A muerte”, dijeron muchos en la capilla ardiente, tal vez un poco exageradamente. O no.
Algo habrá hecho Néstor Kirchner para pasar en sólo nueve años del “que se vayan todos” al “ni un paso atrás”.
Algo habrá hecho Néstor Kirchner para que quienes desearon su muerte, hoy no sepan qué carajo hacer con tanto joven irrespetuoso.
Hasta la próxima y hasta la victoria siempre.
Sí, hasta la victoria siempre, ¿y qué?