"En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts´ui Pen, opta -simultáneamente- por todas..."

lunes, 7 de febrero de 2011

Y papá nos dijo: "Me caso."

A Juan Francisco Esponda, enamorado…

"de este otoño que hiciste primavera..."
Joan Manuel Serrat
Cuando una se está acostumbrando de manera un poco estúpida a intercalar en algunas de sus conversaciones expresiones del tipo: “A mí ya nada me sorprende”, “a esta altura de mi vida…”, “son años de terapia…” y otras bobadas por el estilo…, cuando una cree que ha logrado asentarse (sólo un poco nomás, tampoco la pavada…), quiero decir: cuando una cree que ya nada podrá sorprenderla de manera realmente sorprendente, que ya nada será capaz de hacerle pegar un salto y dar una vuelta entera en el aire sin saber muy bien cómo va a caer…, entonces, justo cuando la vida la agarra a una distraída, viene papá, que cumplirá 84 este año, y nos dice a mi hermana y a mí: “ME CASO”.
—Hola— digo sosteniendo el teléfono entre la oreja y el hombro porque estoy planchando un pareo en tonos de azules y negros que me va a quedar fantástico con la malla nueva.
—Hola, hija, ¿estás sentada?
—No, papá, estoy planchando, estoy preparando las valijas, todavía tengo que hacer compras, no puedo sentarme. ¿Qué pasa? ¿Nació el bebé de Juli?
—No, no, hija. Andá. Buscá una silla y sentate que tengo que tirarte una bomba.
—Ay, papá. No me asustes— le digo mientras largo la plancha y cazo el teléfono con una mano y una silla con la otra.
—No, no… No te asustes… Creo que es una buena noticia…: Me caso.
Después de un silencio que, aunque duró apenas unos segundos, pareció durar siglos, me reí de manera más nerviosa que espontánea y le dije: “Dale, pa, tengo cosas que hacer, no jodas”
(Ya una vez me había llamado para contarme que ese mismo día vendría a vivir con él alguien de 32 de quien se había enamorado irremediablemente a primera vista. Cuando le pregunté con alguna sospecha de quién se trataba, se puso muy serio y me dijo: “Bueno, tengo que confesarte algo más”. Yo también me puse seria. “Es de género masculino”. Aunque mi papá es una caja de sorpresas, supe inmediatamente que me estaba cargando y entonces nos reímos y me contó acerca de su nueva adquisición: un televisor de 32 pulgadas con todos los chiches, que en ese momento significaba una pequeña fortuna para el bolsillo de un jubilado como papá.)
—No estoy bromeando, hija. Es en serio, estoy enamorado y me caso…
La silla no me alcanzaba así que me recosté en el sillón del living y le pedí a mi hijo que llamara a la farmacia para que vinieran a tomarme la presión.
—¿En serio? —pregunté con mi mejor voz de felizcumpleaños— ¿Con quién?
—Con Fulana de tal.
—¡Ah! —Me pongo contenta y le pido a Lautaro que suspenda el recado…— ¿Con esa señora tan elegante, de ojos claros que vive en España desde hace años?
Ahora el silencio es de él…
—No, nena — me dice como si no pudiera creer lo que le estoy diciendo— Con la hija…
Le hago señas al nene para que no suspenda nada, que vaya nomás a la farmacia y que, de paso, me compre un Lexotanil o un Alplax o alguna de esas pastillas que nunca tomé en la vida pero que va siendo hora de que empiece a probar: “Mejor te traigo un faso, ma, es más sano, más barato y sus poderes curativos están altamente probados”. Le digo que sí con la cabeza sin saber muy bien qué me acaba de decir, mientras pienso a mil cómo seguir la conversación. De pronto me sonrío, me doy cuenta: hay cosas que no pueden ser… Si una vez casi me hace creer que se había vuelto homosexual a los ochenta años, ¿por qué mejor no creer que ahora también está aburrido y que no ha hecho otra cosa que encargar un helicóptero a la Fuerza Aérea Argentina para decorar el living…?
—Me estás cargando… Dale, en serio, que tengo mucho que hacer… — digo esperando que se ría y me cuente de qué nuevo objeto se trata esta vez (el último había sido una netbook y los anteriores, un e-book y un teléfono 3G)
Silencio. Caigo en la realidad otra vez. No está bromeando. No se va a comprar un helicóptero ni un ciberloro que cante la Cumparsita, ni el famoso cohete que Menem quería comprar para cruzar la estratósfera.
—¡¿Y me lo decís por teléfono?! ¡Pero si casi tiene mi edad!...
—No, no… Es un poco mayor que vos, che… —me dice como si yo estuviera exagerando y no fuera capaz de hacer la cuenta más elemental—Te doy con tu hermana…
Mi hermana, que de no estar delante de papá se hubiera puesto a llorar a los gritos, me hablaba como si hubiera muerto el hombre que tiene que apretar el botón para que el mundo no se autodestruya en los siguientes cinco segundos. Me dice: “Disculpame, pero no me podía quedar con esto yo sola. Vos te vas de vacaciones mañana y yo supuse que tenías que saberlo”. Y sí, tenía que saberlo. Que cuándo viaja, que qué hace allá, que qué tiene, que qué deja, que cómo le puede interesar un hombre de 83 años, que si lo querrá de verdad, que…, que…, que…
La suma de todos los miedos, la suma de todos los "que"... Después de todo, se trata de papá.
Cuando corté el teléfono, Lautaro estaba ahí, parado enfrente de mí, con un faso en una mano y un encendedor en la otra: “¿Fumamos?”

Está pasando el primer impacto, y entre tanto “que…”, lo cierto es que empiezo a recordar que papá está hecho un pendejo, que me acaba de decir que lo primero que va a hacer es cambiar la cama de una plaza y media por un somier King Size de dos metros por dos metros, que además está lindo y mucho más saludable, que parece más joven, que me dice mi hermana que se toma la presión a cada rato porque tiene miedo de que el entusiasmo le juegue una mala pasada, que ya está preparando una foto de la novia para colgar en el pasillo y que, como si esto fuera poco, cuenta como un adolescente los días que faltan para encontrarse con ella…
Y entonces, me digo que a una no le queda otra cosa que aceptar que los padres crecen y se van en busca de sus propias vidas y que una debe resignarse a “perderlos” recomendándoles que se cuiden, que no hagan cosas locas, que piensen, que no se apresuren, que esperen y cuanta sarta de idioteces solemos decir las hijas cuando los padres se enamoran y empiezan a volar una vez más: “¿Esperar?”, me había dicho en el teléfono unos minutos atrás, “yo no tengo tiempo para esperar”
Recuerdo que una semana antes le había dicho lo mismo a la empleada de Direct TV que trataba de hacerle entender que colocar el sistema de alta definición llevaba tiempo, que tenía que esperar. “Mire, señorita, yo tengo 83 años, no tengo tiempo para esperar.” Obviamente no consiguió que se lo pusieran inmediatamente pero sí le sacó a la pobre empleada si no la verdad, al menos, la promesa de tiempo.
La promesa de tiempo…
Y qué otra cosa que el amor nos promete tiempo… Quién no sueña con ese bonus track único que borre los game over para siempre. Quién no sueña con otra oportunidad que nos permita empezar el juego de vivir flotando una vez más.

Sonrío. Y le digo a Lauti: “Tomá la última y apagalo”.

HASTA LA PRÓXIMA.