"En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts´ui Pen, opta -simultáneamente- por todas..."

viernes, 9 de julio de 2010

Mis primeros 50 años

Mañana, 10 de julio de 2010, cumplo mis primeros 50 años. Y uno puede cumplir muchos otros 50 años pero nunca volverán a ser como éstos, los primeros.

Dicen que los 50 traen consigo una reflexión y un balance de la vida vivida, pero yo no voy a reflexionar ni hacer ningún tipo de balance. En mis primeros 50 se me ha dado por buscar viejas fotos, tal vez porque las fotos son y no son lo que somos: ¿Cuántas veces nos miramos en las viejas fotografías y no nos reconocemos? ¿Cuántas veces nos vemos en esa imagen, pero no recordamos a la que está siendo en ese momento y en ese lugar? (Por ejemplo: ¿Qué estaba pensando esa nena que apoya su rostro contra una ventana? ¿A quién o qué mira? ¿Por qué esa expresión?) Por eso pienso que las fotos muestran y al mismo tiempo velan lo que somos. Qué misterio el de las viejas fotos, qué impenetrable misterio el de esas imágenes que instauran más preguntas que respuestas, más deseos que certezas... Pero no sólo con las fotos experimentamos esa sensación de ajenidad: a mí me sucede también frente al espejo o cuando leo a la que creo que soy mientras me escribo... ¿Soy la que escribe o la que es escrita? ¿La que está escrita es la misma que la que escribe? ¿Es la misma que ven los demás? Pero… ¿quiénes son, en verdad, los demás?

(—Como verán, los 50 le dieron duro… Largá la milonga, nena…)

No sé si es muy común que los 50 ataquen por el lado de la identidad, por la pregunta de quién es uno a partir de una pila de fotos. Creo que ya les conté alguna vez que tengo un papá fotógrafo así que imaginen la cantidad… Algunas no sabía ni que existían.
Lo cierto es que, mirándome desde tan lejos, no estoy aquí más que para expresar mi más profundo amor a todos aquellos que hicieron que fuera hoy esto que soy, que no es, en verdad, "lo que soy", sino un breve acercamiento, una mera construcción, un simple relato más de alguien que se mira desde un determinado lugar. Después de todo... ¿Qué otra cosa somos sino narraciones?

Y hoy, aquí mismo (no sé qué sentiré mañana) siento que soy una mujer que la ha pasado demasiado bien en la vida y que ha hecho mucho más de lo que algún día imaginó que haría, que tuvo la suerte de tener la madre que tuvo, el padre y la hermana que tiene. Que ha tenido la oportunidad de conocer el amor incondicional e incalculable de un hombre al que ama hasta con las rodillas y que ese hombre es el hombre con el que le gustaría morir. Que ha tenido dos hijos que se parecen mucho a la perfección, a la verdadera perfección… Que siempre ha tenido perros y gatos… y hamsters y loros y canarios y pulgas… Que ha tenido y tiene amigos y amigas incondicionales porque, como decías vos, mamá: “amigos no son los que están sino los que permanecen…” Que ha sido deportista e intelectual, que ha participado en torneos de ajedrez, que todavía va tres veces por semana al gimnasio y da clases en la universidad, que ya no fuma pero disfruta de un buen vino tinto y algún que otro “vicillo” de esos que andan por ahí, que es incondicional mientras no la traicionen y determinante (y hasta cruel) con los traidores. Que escribe, que teje, que ama el cine y la historieta, que canta en la ducha y da la vida por el dulce de leche, el chocolate y el mantecol…

(—Esta que escribe es un poco egocéntrica, ¿no les parece?

—Sí, me parece. Es más, yo le quitaría el atributo “un poco” al núcleo del predicativo “egocéntrica”.

—Bueno, yo un poco la entiendo: Piensen que durante años, los dueños del buenpensar nos han hecho creer que es muy meritorio pensar en el otro antes que en uno mismo. Por mi parte, nunca entendí demasiado ese precepto engañoso por el que he vivido con alguna culpa ciertas decisiones que he tomado y ciertas acciones que he llevado a cabo a lo largo de mi vida. Hoy, por el contrario, estoy convencida de que quien no se quiere a sí mismo no puede querer sanamente (en el buen sentido de la palabra “sano”) a nadie, que quien va en contra de su esencia, nunca podrá estar tranquilo consigo mismo ni con los demás. porque el que no hace lo que quiere con su vida, se amarga, se pudre; y amarga y pudre a todo el que se le acerca. Así que SÍ, es egocéntrica, somos egocéntricas (que no es lo mismo que ser ególatra) y hasta cuando piensa en los demás, piensa también en sí misma.)

¿Si hubiera cambiado algo de lo que hice hasta ahora de tener una nueva oportunidad? ¡Uf! ¡Tantas cosas! Hubiera elegido, por ejemplo, otro color de vestido para mi fiesta de quince (ver más arriba: ¡Qué horror!), hubiera dejado pasar algún tren para no llegar a tiempo a alguna sesión de terapia, hubiera disimulado menos mis defectos y hubiera mandado esas flores que no mandé a un hombre que algún día fue. Me hubiera pintado menos la cara durante mi adolescencia, hubiera querido ponerme un atuendo menos atrevido y tacos menos altos en alguna primera cita, hubiera invitado a menos gente el día de mi casamiento y le hubiera puesto un nombre más lindo a un perro que tuve que se llamaba “Calzón quitado” (por suerte, hoy tengo una siberiana que se llama Emma Peel, mucho más prestigioso, aunque no tanto como Platón o Joyce o Kafka…)

En fin… si me pongo a enumerar todo lo que habría cambiado en mi vida si tuviera una nueva oportunidad, no me alcanzaría este espacio para contarlo…

(—Che, nena, esto es muy parecido a un balance…)

—Tenés razón, si esto no se parece a un balance… Es que esta mina se cree que porque lee a Borges tiene todo el derecho de vivir en una constante contradicción…)

Acá me dicen algunas de mis varias que esto se parece bastante a una reflexión o a un balance de una mujer que cumple sus primeros 50 años. Tienen razón. En todo caso, prometo no hacer otro estúpido balance hasta mis próximos 50 años.

Hasta la próxima.