"En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts´ui Pen, opta -simultáneamente- por todas..."

viernes, 19 de febrero de 2010

"Negro de mierda": La visión humillante del humillado

“… la injuria es un género donde la palabra toma el cuerpo. Mirar con el ojo bizco, el ojo injuriado, es una concepción erdosiana del mundo, la visión humillante del humillado.”
Luis Gusmán.
"Yo soy rubia por fuera y por dentro”
Mirtha Legrand


Pepito está enojado porque su jefe no está cumpliendo con su deber y guarda un vergonzoso silencio ante la grave situación que se ha desencadenado en la empresa. Por lo tanto, Pepito se decide a encararlo para manifestarle de una vez por todas su cobarde ineficiencia para afrontar un conflicto de semejante magnitud. Es cierto que Pepito es un moreno calentón y que, cuando está enojado, no tiene los mejores modales. Es cierto que hace rato que viene acumulando decires que no ha dicho porque, en el fondo, lo quiere al jefe, han sido compañeros mucho tiempo, incluso hasta han llegado a ser amigos. Claro, nunca había surgido un conflicto de ese tenor en la empresa y, por lo tanto, nunca se había puesto a prueba la lealtad de nadie. Lo cierto es que Pepito, aunque no utiliza ninguna injuria de esas que veríamos como “groseras” contra su jefe, sí le reclama a los gritos y delante de mucha gente, una actitud conforme a su puesto y a las necesidades de su departamento. El jefe comienza a insultarlo de arriba abajo y entonces Pepito que es muy racional y tal vez por eso mucho más hiriente, en un tono que no pasa del que usaríamos en una charla de café, contesta a los insultos del jefe con un monocorde y repetido “ineficiente”:
—Ineficiente.
—x/?¡!xq!!¡¡
—Ineficiente.
—La p q t p!! h de p!! xq!!?¡!
—Ineficiente.
Pepito es consciente del fastidio que provoca en su "superior", sobre todo cuando el jefe, desbordado y absolutamente fuera de sí (la culpa suele ser un terrible enemigo en las discusiones) le espeta, ante los ojos y oídos admirados de todos sus compañeros de trabajo, el fácil y siempre útil insulto “negro de mierda”:
— Vos callate, negro de mierda con tu política de mierda.

La anécdota es significativa y pone en escena dos problemas que en muchas ocasiones van de la mano. Por un lado, la pregunta es si la expresión “negro de mierda”, cuyo uso se ha instaurado en nuestro país como un “insulto” es efectivamente un “insulto” o no es otra cosa que una forma naturalizada -y por lo tanto invisible- de discriminación racista. Por otro lado, dibuja una concepción cada vez más instalada en la sociedad de la política como algo malo. Tanto el “insulto” como esa engañosa concepción de la política tienen un mismo y único origen: el miedo a lo diferente, a lo desconocido y, sobre todo, el terror de ver en el otro el propio espejo.
El que “hace política” en su lugar de trabajo es el que, de algún modo, exige lo que le corresponde, el que no acepta más responsabilidades por la misma plata y pelea por su salario. Ese tipo nos muestra lo que no somos y sobre todo nos muestra nuestros propios y ancestrales terrores: terror a perder el trabajo, terror a enemistarnos con quienes están “por encima” de nosotros, terror a no poder terminar de pagar las cuotas del autito que nos lleva al infierno cada uno de los días de nuestra vida… Es el miedo que heredamos de nuestros antepasados que sufrieron las dos grandes guerras en Europa y que vivimos en carne propia con la última dictadura militar cuando más de 30.000 personas que hicieron política fueron secuestradas, torturadas y continúan hoy, desaparecidas. Este miedo, inconscientemente, se traduce en rechazo, desprecio, injuria y humillación, es esa visión humillante del humillado de la que habla Gusmán y que Roberto Arlt ha representado de manera tan significativa en sus cuentos y en sus novelas. Pero éste, tal vez, sea tema para desarrollar en otra entrada…
Concentrémonos por ahora en la supuesta injuria "negro de mierda": Como expresión, tiene su origen en la década del cuarenta, cuando se da en el país un desarrollo industrial acelerado que se concentra especialmente en Buenos Aires (pero también en Córdoba y en Rosario) y que genera una masiva migración interna: mucha gente del interior llega a la capital en busca de trabajo. Estos grupos migratorios no tienen físicamente las mismas características de los grupos que llegaban de Europa. Los nuevos migrantes son morenos, mestizos, mulatos, muchos descendientes de nuestros exterminados pueblos originarios y eso molesta a ciertos miembros de nuestra “europea” capital que ven teñirse de “oscuro” el paisaje citadino. Por lo tanto, ya desde su origen, “negro de mierda” es una expresión con una carga absolutamente despectiva y asociada a las características físicas de las personas como su color de piel o su color de cabello. Sin embargo, con el tiempo, esta expresión ha derivado en un “insulto” que designa a toda persona que se comporte de modo reprochable y, por lo tanto, el “ser negro” es igual a “ser basura”. Si además tenemos en cuenta el complemento que acompaña al “ser negro” casi como un apellido (“de mierda”) la equivalencia está completa.
Hay quienes se defienden de la acusación de “racismo” alegando que con “negro de mierda” no se refieren al color de piel sino al alma, y entonces creen que hacen algo distinto de lo que dicen. Sin embargo, en realidad, no han hecho otra cosa que convertir lo literal en simbólico, es decir, ahora la “negritud” es asociada a lo malo de manera mucho más efectiva porque, cuando lo literal se transforma en símbolo, significa que ha habido un proceso de aceptación extendido en el uso de la expresión, de modo que su utilización se da sin que medie la razón, sin que medie la posibilidad de elegir entre una expresión y otra y, por lo tanto, estamos ante un fenómeno de falsa conciencia cada vez más difícil de desmontar. Y además, convengamos que a ninguno de quienes dicen referirse exclusivamente al “alma negra” de las personas, se le ocurriría usar esta “injuria” contra un rubio bien vestido, con una billetera gorda y un tatuaje en el cuello.
Y es que el racismo es eso: tiritar de miedo, morirse de terror y enfundarse en una máscara de soberbia y superioridad para ocultarlo. Y es, además, el terror ante la inquietante posibilidad de estar del otro lado: ¿O acaso no somos nosotros, los que "insultamos" al de al lado con un "cabeza", "villero", "bolita", "paragua", "brazuca", "negro de mierda"..., los mismos que somos "insultados" en el exterior como "latinos de mierda" en Estados Unidos o "sudakas de mierda" en Europa? ¿No tenemos todos, acaso, el mismo apellido?
Por otro lado, tampoco es casual que el “insulto” haya proliferado especialmente en los ciudadanos de clase media, quienes intentamos una y otra vez separarnos de aquellos a quienes no nos queremos parecer a pesar de que compartimos con ellos un común denominador: la humillación de las clases altas. Alguien dijo alguna vez que la clase media era la "puta" del sistema porque no tiene la dignidad del pobre ni el dinero de los ricos y entonces, no hace otra cosa que venderse siempre al mejor postor. Yo no creo que las putas se merezcan esta analogía, lo que sí creo es que en su afán de parecerse a las clases altas, la clase media es capaz de apoyar a sus propios explotadores (llámese Sociedad Rural, Patria financiera, Ejército o patrón) —eso sí, con rubios cacerolazos, nada de salir con negros bombos— sólo para negar su condición de humillados y vivir en la ficción de pertenecer a una elite a la que jamás podrán acceder. Por eso, en los tiempos en que se hablaba permanentemente de la desaparición de la clase media y de su probable caída hacia “abajo” nos hemos visto obligados, como los humillados de Arlt, a injuriar con nuestro ojo bizco a aquellos de los que siempre quisimos separarnos: otros humillados como nosotros que nos muestran un espejo en el que no nos queremos mirar: los “negros de mierda”, los “villeros”, los “cabeza” que están más cerca de nosotros de lo que apenas nos permitimos darnos cuenta.
Para finalizar, quiero decirles que si vamos a decidir usar el “insulto” es bueno que lo hagamos habiendo reflexionado un poco sobre su origen y desarrollo para saber desde dónde y por qué lo estamos usando. Después de todo, de eso se trata: de ser cada vez más conscientes, de que seamos nosotros los usuarios del idioma y no los usados por él, para que no dejemos que el lenguaje nos siga atravesando la mayoría de las veces como si no fuéramos más que meros coladores de cocina.
Les dejo este enlace de Micky Vainilla, el extraordinario personaje de Diego Capusotto, que denuncia y pone en evidencia a través de la exageración y de la mezcla, de la parodia y la inversión, esas actitudes de todos los días que pasan inadvertidas para muchos de nosotros. Nada mejor que el humor para hacernos reflexionar acerca de quiénes somos.

Hasta la próxima.